Para los valientes que no se dejan desanimar, al momento de redactar el acta de nacimiento del niño, se empiezan a dar cuenta de las muchas complejidades del sector sin fines de lucro. Primero, para ponerle un nombre, una cara, nos encontramos con la burocracia gubernamental. ¿Esperar seis meses para que te autoricen una marca, un logotipo? Segundo, la redacción de las actas constitutivas de la nueva asociación resulta ser un vericueto de reglas complejas impuestas por la administración tributaria mexicana. El objeto social de la asociación tiene que ser el que te impone el SAT, para que puedas solicitar luego un permiso de emitir recibos deducibles de donativos. Para ello, primero te tienes que acercar al gobierno estatal o municipal para que te emitan una carta de acreditación de actividades, con la sorpresa de que muchas autoridades ni siquiera están enteradas de que existe este trámite. El viacrucis tiene muchas estaciones, y pacientemente vamos, los fundadores o consejeros, recorriendo este camino de cruz.
Una vez superada esta prueba, se debe continuar con los procesos para darse de alta en el SAT, complejos como lo sabe cualquier ciudadano que paga sus impuestos… Para después buscar abrir una cuenta de banco. Nuevamente las miradas sospechosas: ¿quién eres? ¿Cuánto riesgo corre el banco al darte una cuenta bancaria? Encontrar al banco que sí entienda la actividad de las OSC, que esté dispuesto a “arriesgarse” contigo, y nuevamente los miles de documentos, firmas, vueltas. Finalmente, solicitar al SAT el permiso de ser donataria autorizada: el escrutinio de tus actas. Ojalá el notario no se haya equivocado en una palabra o una coma, porque es el rechazo inmediato, que obliga a volver a redactar actas, volver a mandarlas a notariar, volver a pagar, y la espera interminable de tu autorización.